El rey se disculpa aunque yo no acierto a entender de qué. Podría ser que lamente darnos cada vez más sustos a tantos españoles a los que nos inquieta su precario estado de salud. Bien puede tratarse de un ruego para que le perdonen sus múltiples “aventuras” (no necesariamente en África). A lo mejor, ahora que su yerno está siendo investigado por la Justicia y aunque la Constitución proclame que su persona es “inviolable y no está sujeta a responsabilidad”, pretenda eximirse de culpas por su provechoso papel de cabildero al servicio de intereses privados. No sé, puede que sea más simple y sencillamente busque excusarse por haber errado el tiro y haber necesitado más de un proyectil para abatir a su presa.
Puede que el “españolito medio”, que se supone buen católico, sepa perdonar a Su Majestad. Otros, unos descreídos, pobres de nosotros, sabemos que perdonar equivale a olvidar y, sinceramente, no dejaremos de añadir este último “desliz real” a su lista de actuaciones reprobables, muy propias todas ellas de “borbones” pero impropias de la jefatura de un Estado que se diga respetable, auténtica especie “en peligro de extinción” en este mundo nuestro.
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