Una festividad como la Navidad, que hunde sus raíces históricas en las fiestas paganas en honor a Mitra, las “saturnalias” y el Sol invicto, ha tenido necesariamente que reinventarse a lo largo de los siglos. Algo queda de aquella época pretérita en la que la comunidad se guarecía en casa del frío invernal y daba cuenta de animales sacrificados bien regados con alcohol. Era una forma de sobrellevar mejor esos días oscuros. Hoy día, tiene su reflejo en tantos banquetes que reúnen a amigos y compañeros de trabajo hasta avanzadas horas de la madrugada.

Se constituyó así una fiesta centrada en el hogar, propiedad privada por antonomasia. Una fiesta mucho más familiar concebida casi a imitación del día de “Acción de gracias”. Una celebración que ensalzaba a unos miembros de la familia hasta entonces minusvalorados, los niños. No olvidemos que esos Estados Unidos del siglo XIX, eran los de la Revolución Industrial. Fue una época en la que la creación de riqueza y prosperidad alumbraron una clase media acomodada ávida de celebrar su éxito. Fueron los años que pusieron fin a la esclavitud en Occidente y que permitieron liberar, gracias a la industrialización, de la carga del trabajo a importantes capas de la población como los niños.
En esa época, la imaginación de personas como Clement Clarke Moore y Thomas Nast configuraron al icono navideño más indiscutible, Santa Claus. Los grandes almacenes y sucesivas generaciones de niños hicieron el resto. El resultante de este crisol de influencias es el período vacacional del que actualmente disfrutamos. Aprovechémoslo como se merece, celebrándolo como a cada uno le parezca. Así que, consideréis como la consideréis, a todos o deseo FELIZ NAVIDAD.
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