Una de las mayores virtudes o, bien mirado, perversiones de la democracia parlamentaria es que cualquiera, sin importar cuán patán, ignorante, ruin o miseable sea; tiene derecho a emitir su voto el día de las elecciones. No importa cuales sean sus motivaciones a la hora de hacerlo. No importa lo mucho o poco que estén fundamentadas sus convicciones políticas. Ese es su derecho.
Sin embargo, y aunque los españoles nos caractericemos en exceso por pontificar sobre todo aquello que desconocemos, algunos deberían humildemente hacerse un lado y no rellenar una urna con el primer papelito que cogieran sin haberse parado un buen rato a reflexionar sobre lo que implica tal acto.
Puede sonar a alegato elitista pero, sinceramente, aquellas personas que no sean capaces de aprobar el siguiente test bien harían en quedarse en sus casas el 20-N. Porque aquél que no comprende el sistema en el que vive mal resultado obtendrá si pretende participar en su cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario