Pánfilo mensaje que me hace rememorar las palabras de Jonathan Swift
"Tenemos bastante religión como para odiarnos, pero no suficiente como para amarnos."
Personalmente, he de admitir mi ateísmo con toda la desazón que conlleva saberse en un mundo carente de toda trascendencia más allá del plano material en el que desarrollamos nuestra existencia. Desconozco el afán que lleva personas que se dicen ateas a mimetizar una procesión católica. Si su pretensión era ridiculizar tal rito, me temo que la sentencia judicial les habrá librado a ellos del bochorno que supondría la ridícula asistencia de “fieles ateos” en comparación con el fervor manifiesto de nazarenos, costaleros y público en general que asiste a cualquiera de las procesiones que han desfilado por los pueblos y ciudades españolas aprovechando una fugaz tregua meteorológica.
Otra cosa distinta es que nuestro sistema judicial, que en ocasiones se vanagloria de ser en exceso garantista, atente de manera tan flagrante contra la libertad de reunión y de expresión amparándose en el hipotético derecho a “no ser ofendido” que se concede a ciertas personalidades y colectivos. No deseo resultar equívoco, pese a que niegue la idea de Dios jamás participaría en una mamarrachada semejante a la planeada en Madrid, y aunque sé reconocer el valor artístico de los pasos procesionales y el esfuerzo de los que sacrificadamente los portan, los motivos místicos de estas tradiciones son ajenos a mis principios.
Como he dicho, una cosa son las peregrinas intenciones de grupúsculos que se inventan celebraciones laicas, con las que ni remotamente logran opacar el fervor católico imperante en la Semana Santa, y otra cosa es instaurar la doctrina legal de que ciertas manifestaciones públicas no son admisibles por el riesgo de crispar a ciertos sectores sociales. Poner en tela de juicio las creencias dogmáticas de las religiones es confundido por muchos anticlericales con arremeter groseramente contra los que profesan esas creencias pero aun estas conductas civilmente reprochables no merecen semejante represión judicial al sentar ello un peligroso precedente.
Por otra parte, y aprovechando la resaca futbolística que embarga hoy a España, me gustaría sacar a colación el hecho de que en ciertos países, ahora de trágica actualidad, la exhibición pública de ciertos símbolos está prohibida por el poder dogmático imperante. Observen detenidamente estas instantáneas.
Como cualquier avezado observador habrá constatado, en ambas fotografías se distingue un escudo del Fútbol Club Barcelona. Pero igualmente todos seremos capaces de identificar que en ambos casos no se trata del distintivo oficial del club. Casualmente, el falsificador que distribuyó los productos se encargó de modificar el elemento del mismo que sería peor visto por su clientela islámica, la Cruz de San Jorge. Obviamente, el Barça niega haber adaptado su imagen de marca para mejorar su posición en el mercado musulmán pero lo cierto es que es casualmente patrocinado por una fundación qatarí de dudosa reputación.
También qatarí es el más reciente agraciado con la condecoración de la Orden de Isabel la Católica. Se trata del propio sátrapa dueño y señor de esas tierras y, por lo que parece, en breve será también partícipe de algunas cajas de ahorro españolas, instituciones de píos orígenes bajo el amparo de la Iglesia Católica, los Montes de Piedad.
Sirva esto de advertencia a todos esos cristianos poco tolerantes para que identifiquen a quienes suponen una verdadera amenaza para la pervivencia del espacio de libertad que por ahora disfrutamos.
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